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"Bendiceme, madre y ruega por mí sin cesar, aleja de mi hoy y siempre el pecado. Si tropiezo tiende tu mano hacia mi. Si cien veces caigo, cien veces levántame. Si yo te olvido, tú no te olvides de mi. Si me dejas madre, ¿Qué será de mi y de mi familia? en los peligros del mundo asísteme. Quiero vivir y morir bajo tu manto. Quiero llevarte como un pilar dentro de mi ser. Quiero que mi vida te haga sonreír. Mirame con compasión, no me dejes madre mía, tu bendición me acompaña hoy y siempre". ¡Amen!.

"Los cuentos de Hoffmann. Monserrat Caballe, CLASICOS POPULARES".





"LA BUENA SUERTE, A VECES, VIENE ROMPIENDO LA PARED".

El choque fue absolutamente brutal e imprevisto. Ambos transeúntes, cayeron al suelo. La mujer de bruces, sobre su orondo cuerpo. El joven sobre sus rodillas.

Momentáneamente el estupor les dejó inmóviles, al igual que los peatones que se quedaron parados alrededor, como estatuas. A los pocos instantes los más rápidos ayudaron a incorporarse a la mujer y le preguntaron si se encontraba bien.

¡Van como locos! –gritó otra mujer, acusando precipitadamente al joven.

-No, la culpa ha sido mía. Respondió la accidentada.

-Iba distraída mirando ese escaparate y no me fije cuando cambié de dirección…

Mientras hablaba se tocaba la frente, en busca de alguna herida y se estiraba la falda.

Entretanto el joven, de pié y con la boca entreviera, no sabía que decir y tan sólo, se le escaparon unas palabras de disculpa, sin demasiada emoción.

Un espectador recogió las gafas de ambos protagonistas que habían salido despedidas por el impacto. Les echó una ojeada y dedujo de quien era cada cual. Se las entregó.

El joven un tanto aturdido por la vivencia, reinició su camino, sin darle más explicaciones ni comentarios a la mujer.

Ella, agradeció la ayuda, tomó sus gafas y se dirigió a la parada del autobús más próxima, dispuesta a proseguir también su camino, los curiosos se habían dispersado.

-Hay días que mejor habría sido no levantarse (murmuró entre dientes) visiblemente contrariada. Revisó mentalmente cómo podía haberse distraído tanto como para no ver a aquel chico…

-no lo entiendo- (Como si todo pudiese entenderse).

Al llegar a la parada, su autobús llegó casi a la vez, con lo que ella olvidó con rapidez el encontronazo y se subió. Buscó un buen asiento, aprovechando que estaba medio vacío.

El joven continuó su marcha un tanto aturdido, aunque en verdad el peor impacto lo había recibido la mujer. En realidad, su aturdimiento ya le acompañaba desde primeras horas del día.

Se dio cuenta de que llevaba las gafas en la mano sin ponérselas, cuando divisó los transeúntes un tanto borrosos. Se las puso y sintió náuseas. No lo entendía.

-¡pero si no son mis gafas! Jo…

Tardó unos segundos en comprender lo que había pasado. Las suyas las tenía aquella mujer.

Se paró y dio la vuelta buscando en el horizonte borroso su compañera de tropiezo. No la divisaba.

Recordó que la había visto ir hacia la parada del autobús y se fue lo más rápido que pudo hacia allí. Llegó justo a tiempo de ver como arrancaba. De pronto el aturdimiento se esfumó, como suele suceder cuando aparece una urgencia.

Paró el primer taxi circulante.

-¡por favor, siga a ese autobús! Y ojalá esta mujer no vaya al final… (Recordó cuánto dinero llevaba encima. Lo sabía muy bien eras sus últimos billetes)

-Esto es el colmo, pensó no sólo me doy un trompazo sino que encima si me descuido pierdo mis gafas. ¡Lo que me faltaba!

Una mueca de disgusto arrugó su entrecejo, las comisuras de los labios bajaron, envejeciéndole unos años.

Guiñó los ojos para procurarse una mejor visión y se dispuso a esperar ver a aquella mujer. Buceando en su memoria, rasgos, vestidos y en definitiva detalles que pudieran ayudarle a reconocerla.

El autobús se detuvo un par de ocasiones hasta que ella descendiera de él.

-¡Cobre, rápido! Le (lanzó un billete y salió sin esperar el cambio tras ella).

-¡Oiga, oiga, señora! –Espere….

La mujer se detuvo y volviéndose reconoció al joven, extrañada de verle de nuevo y al mirarlo reconoció sus gafas en su mano, mirando inmediatamente dentro de su bolso, donde guardaba las suyas.

-¡las gafas! –gritó , -No puede ser, ¿como ha sido posible esto?

- Pues mire, habrá sido el que nos ha ayudado. Créame que me siento muy perjudicado, porque en la situación en que me encuentro no me puedo permitir comprarme unas nuevas y tampoco tomar taxis …

Lo miró comprensivamente, pensando que tal vez aquel muchacho estuviese pasando por un mal momento.

-Puedo preguntarte qué te pasa…Me dirijo a mi casa, vivo cerca de aquí, a dos calles, si quieres mientras me acompañas me lo cuentas.

Sin contestar, se puso a su izquierda y continuó caminando.

-Pareces apesadumbrado. No quisiera ser entrometida, pero mira tal vez el destino haya hecho que nos conociéramos. Si, ya se que suena novelesco. Bueno es que soy un poco romántica, como las mujeres de mi época.

El joven, respiró hondo y a su lado sintió que estaba tranquilo. Aquella mujer despedía cierta calidez que le hacía bien.

-Bueno…, mi historia es como la de tantos hombres de hoy. Después de haber estudiado con esfuerzo, encontré trabajo y cuando pensaba que las cosas me iban a ir bien… ¡me han despedido! “le llaman regulación de empleo” y ahora me encuentro como al principio.

-Bueno, hombre, pero eso son problemas que se pueden resolver. Ya encontrarás otro trabajo.

- No puedo esperar a encontrarlo. Alquilé un piso, modesto; bueno en realidad es un mini apartamento, pero aquí en la ciudad, todo es carísimo y sin ingresos, lo tengo que dejar. Si lo dejo no tengo dónde alojarme y sin dinero no puedo regresar a mi pueblo.

-Pero ¿no tienes familia?

-Directa no. Tan sólo me quedan unos primos en el pueblo. A la muerte de mis padres heredé una pequeña suma que gasté en mis estudios y en espera de encontrar trabajo… ahora ya si ha esfumado.

-Perdone, no quiero cansarla con mis problemas… pero ¿sabe? me ha sentado bien contárselo.

-Si te puedo preguntar ¿qué has estudiado?

-Ingeniería técnica.

-Eso ¿tiene que ver algo con electricidad?

No pudo impedir soltar una carcajada.

-Algo si (moderando su risa)

- ¿Si o no? Porque algo me dice tu risa que he metido la pata.

-En realidad parte de los estudios contempla lo que usted diría “electricidad”.

-Y ¿Cuánto ganabas? ¡Uy! Me he pasado, disculpa.

-Lo que quiero decir es que si te diese un encargo, suponiendo que lo pudieses hacer, ¿a cuánto cobrarías la hora?

El asombro, la sorpresa se dibujó en el rostro del joven… no daba crédito a lo que estaba escuchando.

-pero Ud. ¿Que quiere que la arregle un enchufe?

-No, exactamente, pero algo parecido. Verás vivo en un piso antiguo, en el que la instalación eléctrica está deteriorada y me saltan los plomos cada dos por tres. Soy viuda y me asusta la idea de encargar a un desconocido ese trabajo. Como creo en el destino, pienso que tal vez nos podamos hacer un favor mutuo. ¿Qué te parece?

-bueno, primero tendría que ver la instalación y….

-Pues mira, ya hemos llegado. Subes conmigo y le echas un vistazo.

A los pocos minutos, estaban en el piso pequeñito pero acogedor de Ángela.
Le mostró la instalación y después de verla, se sentaron a tomar un refresco.

El joven, no podía creer lo que estaba viviendo y cuando ella no se daba cuenta, se rascaba la cabeza y la ladeaba de izquierda a derecha.

Por su parte ella, pensó que tal vez se había precipitado guiándose del corazón y la compasión que le inspiró aquel buen chico.

-¿sabe que voy a hacer?, déjeme que calcule el costo del material y el tiempo presumible que voy a emplear y si me da su teléfono, en un día se lo digo.

-De acuerdo.

Y se pusieron de acuerdo. El joven le cambió la instalación lo mejor que supo, así como se informó de los últimos adelantos en caja de mandos y en bajos consumos.

A la semana, volvían a tomar juntos un refresco junto a unos bocadillos, sonriéndose ambos contentos de haber solucionado en parte sus problemas.

-Tengo que decirte una cosa, Javier.

-Diga, diga, Ángela.

-Mis vecinos me han visitado y se han quedado encantados del trabajo que has realizado, me han pedido que te diga si estarías dispuesto a trabajar para ellos. Son unos 5 pisos…

A Javier se le atragantó el bocado…

-Pero… eso es trabajo para más de un mes…y… no tengo donde dejar el material… y…

-No te preocupes, ellos te adelantarán una parte (adivinando el problema), confían en ti, me has hecho un buen precio y has realizado un excelente trabajo. Ya sé que tal vez este trabajo te quede pequeño… pero es un buen trabajo y porque a parte de proporcionarte una ocupación, nos permite a los pensionistas arreglar algo que nos sería muy difícil…

Así fue como Javier se convirtió de Ingeniero Técnico en instalador electricista, especializado en viejas instalaciones.

Al año abrió su propio establecimiento.

“La buena suerte, a veces, viene rompiendo la pared”

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